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Recuerdo escuchar a nuestro padre durante muchos años decir que el día que muriese quemáramos su cuerpo y lanzásemos sus cenizas al Ebro. Así, acostumbrado a moverse sin descanso desde los 12 años de edad con los que abandonó su Soria natal, seguiría su viaje eternamente. Sin embargo, ese incansable vagar le trajo un día a Adeje. Aquí encontró luz, encontró amistades, encontró gente que le respetaba y a quien respetar. Disfrutó de sus últimos años actuando en un teatro, declamando y escribiendo poesía, charlando en la radio, participando en iniciativas y polémicas, siempre desde el inmenso cariño que sentía por todos sus congéneres. Se hizo, él lo decía, adejero.
Este libro que edita el pueblo de Adeje significa para esta familia nómada que nuestro padre descansa, por fin y para siempre, entre los suyos.
Gracias.