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El día que Catalina partió de su isla natal, con la misma esperanza que todos los que zarpan en aquel colmado barco, producto de la diáspora canaria al terminar la Guerra de Cuba, nunca pensó que su destino estaría determinado por la dolorosa muerte de quien le había dado la oportunidad de un futuro diferente. Sola, en una tierra desconocida, comprendió que aquel trance era un camino para empezar a tomar sus propias decisiones. Inició su nueva vida siendo la isleña llegada al Valle de Viñales, enfrentandose al miedo en cada descubrimiento, sobre todo el amor. Se reveló en ella su capacidad para defender con fuerza a sus seres amados. La muerte, como elemento transformador, marcó el camino de su vida, obligándola a tomar decisiones de supervivencia. Los sinsabores, pero también los momentos felices la hicieron desarrolar el carácter y la determinante personalidad para que luego la señalaran como la Indiana de La Calle Real cuando retornó a La Palma y descubrió que tendría que volver a construir una nueva vida a partir del tesoro que traía en una maleta, la mejor semilla de tabaco de Cuba.